Martini dulce con aceituna
Salí de misa de doce sofocada por el calor. Aquel cura era una pesadez. La misa más larga a la que había asistido en mucho tiempo. Mis amigas, con ganas de disfrutar los que quedaba de mañana de domingo decidieron ir hasta Dunia para tomar un aperitivo; pensé que no era buena idea, cuando saliera de la cafetería sería cerca de las dos, llegaría tarde a su casa. A mi padre le gustaba tener a toda la familia alrededor de la mesa, invariablemente, en cualquier estación del año, se almorzaba a las dos y se cenaba a las nueve y media; se enfurecía cuando alguno de nosotros llegaba tarde. Era domingo y tenía ganas de pasarlo bien, ¡a la porra con sus miedos! Al día siguiente, otra vez colegio, tenía que desahogarme de alguna manera.
Nada más entrar, sentí un gran alivio por el frescor que proporcionaban los grandes ventiladores que colgados del techo movían sus aspas sin cesar. Me quité el pañuelo que llevaba al cuello y me subí un poco los puños de la camisa de manga larga de los domingos. Me cogí el pelo hacia arriba para que el aire secara el sudor del cuello y al girar la cabeza le vi. El hombre más guapo que nunca había contemplado, en la barra con un pie apoyado en el estribo metálico y con una copa de Martini.
Mis amigas parloteaban nerviosas mientras buscaban una mesa en la que sentarnos. El camarero nos ofreció una desde la que podía observar al caballero y escogí el asiento que quedaba frente a él. Nada más sentarme le observé a mi placer, pelo oscuro y abundante, ojos oscuros grandes, nariz pequeña, cejas pobladas, boca bien perfilada, mentón recio y llevaba un traje de alpaca en tonos crudos que le sentaba de maravilla. Me vi sorprendida cuando él se percató de cómo le escudriñaba y volví el rostro hacia Dorita con disimulo. Todas se sorprendieron cuando pedí al camarero un Martini dulce, con aceituna. Era lo que él estaba tomando. Un guiño que creí no iba a captar aquella maravillosa criatura por la que mi corazón brincaba de amor. Bebí el primer sorbo y le miré. Me observaba, incluso, me pareció que alzaba su copa; turbada volví a mis amigas. Sentía su mirada sobre mí ¿Y si él también se había enamorado? No podía ser, estas cosas no suceden nada más que en las películas y en los libros, pensé. De pronto alguien tocaba mi hombro, me giré asustada. Allí estaba él, se acababa de poner el sombrero que le hacía parecer aún más atractivo.
—Señorita si me permite le voy a dar un consejo.
Arrebolada afirmé con la cabeza, dando el beneplácito para que me hablara. Se agachó y al oído me susurró:
—No se tome la aceituna que es lo que embriaga.
Sonrió, le devolví la sonrisa ante los ojos estupefactos de mis amigas, bebí lo que quedaba en la copa y dejé la aceituna. Me levante, me fui tras él y hasta hoy…
—¡Es genial como os conocísteis, mama! Parece sacado de una novela romántica.
—Y así es. Nuestra vida ha sido una buena novela y tú nuestro mejor capítulo.
—Y todo por un Martini.
—No cariño, por una aceituna que no debía tomarme…jajajaja
La foto es mía, mi segundo splash, cien disparos para sacar esta imagen.